jueves, 16 de abril de 2009

TRES AMARGOS PARA DESPERTAR


Horacio me despertó bruscamente sacudiéndome por los hombros.
Mi primer pensamiento fue para el día anterior: mi huida, el éxito de mi treta para preceder a Don Segundo en la estancia de Galván, la recepción de Goyo y la presentación que hizo de mí a la peonada como mensual nuevo, el incidente de la mesa.
Alboreaba, y ya por la pequeña ventana vi rociarse de tintes dorados las nubes del naciente, largas y finas como pétalos de mirasol.
Bajé los pies del catre, me levanté con esfuerzo sobre las piernas blandas como queso, ajusté mi faja, me rasqué los ojos, cuyos párpados sentía más pesados que si los hubieran picado los mangangás, y me encaminé arrastrando las alpargatas hacia la cocina. Tenía frío y el cuerpo cortado de cansancio.
En torno al fogón, casi apagado, concluía de matear la peonada, y ligué tres amargos que me despertaron un tanto.
-Vamos -dijo uno, y como si no hubiese esperado sino aquella voz, nos desparramamos desde la puerta hacia rumbos diferentes.
La primera mirada del sol me encontró barriendo los chiqueros de las ovejas con una gran hoja de palma. No era muy honroso, en verdad, eso de hacer correr las cascarrias por sobre los ladrillos y juntar algunos flecos de lana sarnosa; sin embargo, estaba tan contento como la mañanita. Hacía mi trabajo con esmero, diciéndome que por él era como los hombres mayores. El fresco apuraba mis movimientos. En el cielo deslucíanse los colores volteados por la luz del día.
A las ocho me llamaron para el almuerzo, y mientras a diente despedazaba un trozo de churrasco, espié a mis compañeros, de quienes todo quería adivinar en los rostros.
El domador Valerio Lares, era un tape forzudo, callado y risueño; hubiera deseado hacerme amigo suyo, pero no quería ser entrometido. Además, nadie hablaba, porque el escaso tiempo de que disponíamos quería ser aprovechado por cada uno en forma más útil.
Concluido el almuerzo el cocinero me dijo que quedara a ayudarlo, y fueron saliendo todos hasta dejar vacío el gran aposento, cuyo significado parecía resumirse en el fogón, bajo cuya campana tomó lugar la olla, rodeada de pavas como un ñandú por sus charabones.
El cocinero no fue más locuaz que el día de mi llegada, y me pasé la mañana haciendo de pinche, los ojos constantemente atraídos por la silenciosa silueta del domador, que, vecino a la puerta cosía unas riendas de cuero crudo.
Debía ser ya cerca del mediodía, cuando oímos unas espuelas rascar los ladrillos de afuera. La voz de Valerio saludó a alguien, invitándolo a que pasara a tomar unos mates. Curiosamente me asomé, viendo al mismo Don Segundo Sombra.



Don Segundo Sombra-Cap IV (fragmento)

Ricardo Güiraldes (1886-1927).


Foto: Don Segundo Ramírez (inspirador de la novela )

http://www.sanantoniodeareco.com/turismo/historia/historia/don_segundo_sombra-ricardo_guiraldes/index.htm